Del canto de mí mismo
Walt Whitman
Read by Alba
Me celebro y me canto.
Lo que me atribuyo también quiero que os lo atribuyáis,
Pues cada átomo mío también puede ser de vosotros, y lo
será.
Poeta, invito mi alma al canto,
Mientras huelgo y paseo contemplando una brizna de hierba
estival.
Mi lengua, cada molécula de mi sangre emanan de esta tierra, de este aire.
Nacido aquí, de padres cuyos abuelos y bisabuelos también
nacieron,
A los treinta y siete años de edad, en perfecta salud, comienzo estos himnos con la esperanza de continuarlos hasta en
la muerte.
Otorgo un armisticio a los credos y a las escuelas,
Los considero un momento a cierta distancia, consciente de lo
que son y de lo que significan, sin olvidarlo nunca;
En seguida me brindo como un asilo al bien y al mal, dejo
que tomen la palabra todos los azares,
La desenfrenada Naturaleza con su energía original.
La atmósfera no es un perfume, no sabe a esencias, es inodora,
Mi boca la aspira en vitales sorbos; la adoro locamente como a una amada:
Iré al declive donde comienza el bosque, me quitaré las ropas, me desnudaré,
Para gozar su contacto.
Pláceme la humedad de mi propio aliento,
Los ecos, las ondulaciones, el vago zumbar de los murmurios silvestres, la raíz de amor, los filamentos de seda, los zarcillos y las cepas de las viñas,
Mi inspiración y mi respiración, el latir de mi viscera, la
sangre y el aire que acarrean mis pulmones,
El olor de las hojas verdes y de las hojas secas, el de las
negruzcas rocas a lo largo de la costa, el olor del heno almacenado en los pajares,
El sonido de mi voz cuando aulla palabras y las arrojo en
los remolinos del viento,
Algunos besos a flor de labios, algunos abrazos, pecho a pecho,
El vaivén del sol y de la sombra sobre los árboles cuando
las brisas mecen sus ramajes,
La alegría de la soledad entre las muchedumbres arbóreas de
los bosques o en las apreturas multitudinarias de las calles,
La sensación de la salud, el himno del mediodía, mi canción matinal al levantarme de la cama y encontrarme de nuevo
frente al sol.
¿Creíais que os bastarían cien hectáreas de tierra?
¿Creíais que toda la tierra era demasiado?
¿Hace mucho tiempo que estáis aprendiendo a leer?
¿Habéis sentido orgullo al penetrar el sentido de mis poemas?
Quedaos un día y una noche conmigo; poseeréis la esencia de
todos los poemas.
Poseeréis todo lo bueno que existe en la tierra y en el sol
(también existen otros millones de soles),
Yo no quiero que continuéis recibiendo las cosas de segunda o de tercera mano, ni que miréis con los ojos de los muertos,
ni que os nutráis con los espectros que yacen entre las hojas de
los libros,
Tampoco quiero que miréis con mis ojos ni que recibáis las
cosas como dádivas mías,
Quiero que abráis los oídos a todas las voces, que os impresionen por su propia virtud y según vuestra naturaleza.
He oído lo que narraban algunos juglares, historias de comienzos y de fines:
Yo no hablo del comienzo ni del fin.
Nunca han habido otros comienzos que los que presenciamos
cada día.
Más juventud ni más vejez que la que hay en la actualidad;
Nunca habrá más perfección que la de nuestros días,
Ni más cielos ni más infiernos que los que existen en la
actualidad.
Impulsión, más impulsión, siempre impulsión,
La impulsión es la incesante procreadora del mundo.
Los iguales emergen de la sombra, y se desarrollan complementarios,
Siempre la substancia y la multiplicación, el sexo siempre:
Siempre un tejido de identidades, y de diferenciaciones:
Siempre la concepción, la preñez y el parto de la vida.
Es inútil refinar; cultos e incultos lo comprenden por igual.
Límpida y suave es mi alma, igualmente límpido y suave todo lo que no es mi alma.
Si faltara uno de los dos, faltarían los dos,
Lo invisible se prueba por lo visible,
Hasta que éste se haga invisible, y sea probado a su vez.
Todas las épocas se han esforzado en valorar "lo mejor" y
en distinguirlo de "lo peor";
Como conozco la absoluta justeza y constancia de las cosas, permanezco silencioso en medio de las discusiones, luego voy a
bañarme y a admirar mi cuerpo.
Bien venido sea cada uno de mis órganos y de mis atributos, y los de todo hombre puro y cordial;
Ni una pulgada de mi ser, ni un átomo son viles,
Ninguno de ellos debe serme menos familiar que los demás.
Me siento feliz. Veo, bailo, río, canto;
Cuando mi acariciante y afectuoso camarada, que ha dormido
A mi lado toda la noche, se aleja a pasos furtivos al amanecer,
Dejándome canastos llenos de blancas lencerías que alegran
la casa con su abundancia,
¿Retardaré mi aceptación y mi cariño, preocupado en saber en seguida, céntimo a céntimo,
El
valor exacto de ambos, y cuál de los dos resultará ganancioso?
Mi yo real, inaccesible a los tirones y a las sacudidas,
Gózase en su unidad, satisfecho, compasivo, ocioso,
Mira mirar el mundo por debajo, ora erguido, ora apoyado en un sostén seguro, aunque impalpable;
Deduce lo que será de lo que es, mira todo con curiosos ojos,
Mezclado al juego y a la vez fuera de él, observándolo y maravillándose.
Veo detrás de mí el tiempo en que erraba en la niebla entre verbosos y discutidores:
Ya no derrocho burlas ni objeciones, observo y espero.
Creo en tí, alma mía; el otro hombre que soy no debe humillarse ante ti,
Como tú no debes humillarte ante el otro.
Ven a soñar conmigo sobre la hierba, vuelca en mis oídos los desbordamientos de tu garganta;
No he menester palabras, músicas, rimas ni conferencias, así fueran las mejores.
Me basta únicamente con tu arrullo, con las confidencias
y las sugestiones de tu voz.
Recuerdo una mañana límpida de estío tendidos sobre las
hierbas;
Posaste la cabeza en medio de mis rodillas, volviéndote dulcemente hacia mí,
Entreabriste mi camisa, hundiendo tu lengua, pecho adentro
hasta el corazón;
Luego te alargaste adhiriéndote toda desde mi barba hasta
los pies.
Enseguida se esparcieron sobre mí la paz y la sabiduría que
sobrepujan todos los argumentos de la tierra;
Supe que la mano de Dios era una promesa para la mía,
Supe que el espíritu de Dios era hermano del mío;
Que nada desaparece; todo es progreso y desarrollo,
Y morir es muy distinto de lo que todos suponen y más feliz.
¿Alguien ha pensado que nacer era una aventura?
Me apresuro a manifestarle que morir es tan venturoso.
Lo sé.
Yo agonizo con los moribundos y nazco con los que nacen,
Mi yo no está contenido por completo entre mis zapatos y
mi sombrero;
Examino la multiplicidad de los objetos, no existen dos iguales, y cada cual es bueno.
Buena es la tierra, los astros son buenos, y cuanto les acompaña es bueno. 14.13
2
Yo no soy una tierra ni lo accesorio de una tierra,
Soy el camarada de las gentes todas, tan inmortales e insondables como yo.
(Ellas ignoran su inmortalidad, pero yo la conozco, la sé).
El niño duerme en su cuna,
Entreabro la muselina y le miro un rato, luego silencioso espanto las moscas con la mano.
El joven y la joven de empurpuradas mejillas se alejan por
la espesura del ribazo,
Desde lo alto, mi curiosa mirada los acompaña.
El suicida yace extendido sobre el piso ensangrentado de la
habitación,
Observo los destrozados cabellos del cadáver, veo el sitio
donde ha caído el revólver.
Amo ir solo de caza por las soledades y las montañas,
Errar, caprichosamente, maravillado de mi ligereza y de mi
alegría;
Cuando llega el anochecer elijo un retiro para pernoctar;
Enciendo fuego, aso la caza recién muerta
Y me adormezco sobre un montón de hojas, con mi perro y
mi fusil al lado.
El esclavo fugitivo se aproximó a mi choza, deteniéndose
en el umbral,
Por la entreabierta puerta de la cocina, lo vi tambalearse y
sin fuerzas:
Fui hacia el tronco de árbol en que se había sentado, lo cogí entre mis brazos, y lo llevé adentro;
Así que le hube inspirado confianza, llené un cubo de agua
para su cuerpo sudoroso y sus pies desgarrados,
Luego lo conduje a un cuarto contiguo al mío, y le di ropas limpias y abrigadas,
Recuerdo perfectamente el deslumbramiento de sus ojos, y
su actitud embarazada,
Recuerdo haberle aplicado cataplasmas en las desgarraduras
de su cuello y de sus tobillos;
Una semana pasó a mi lado, hasta restablecerse y poder emigrar hacia el Norte,
Comía conmigo en mi mesa, en tanto mi escopeta yacía en
un rincón.
Veintiocho jóvenes se bañan en el río,
Veintiocho jóvenes, todos ellos compañeros y amigos;
¡Y ella, con sus veintiocho años de vida femenina, tan tristemente solitaria!
La casa de ella es la más hermosa de la ribera;
De la bella que elegantemente vestida observa a los bañistas
a través de los visillos de su balcón.
¿A cual de ellos amará la bella?
¡Ah! el menos hermoso de todos es magnífico para ella.
¿Dónde vais así, señora? ¡Aunque permanecéis oculta en
vuestro cuarto noto que os sumergís allá en el agua!
Os veo avanzar por la ribera, danzando y riendo, hermosa
bañista;
Los otros no la ven, más ella los ve, cada vez más inflamada de amor.
Las barbas y los cabellos de los jóvenes relucen con el agua
que los empapa;
Una mano invisible se pasea sobre sus cuerpos,
Desciende temblorosa de sus sienes y de sus pectorales.
Los jóvenes nadan de espaldas, sus blancos vientres se esponjan al sol; no preguntan quien los abraza tan estrechamente,
Ignoran quien suspira y se inclina sobre ellos, suspensa y encorvada como un arco.
¡Los jóvenes no saben a quien salpican con vapor de agua!
Bueyes que hacéis sonar andando el yugo y la cadena, o que
reposáis a la sombra de los follajes, ¿qué es lo que expresan vuestros ojos?
Parécenme expresar más que todas las líneas impresas que he
leído en mi vida.
Amo todo lo que se desarrolla al aire libre;
Los hombres que guardan tropas y rebaños, los que navegan
por los océanos, los que viven en plena selva,
Los que construyen y los que tripulan naves, los que manejan el hacha y la azada, los que doman potros y los que cazan
búfalos.
Me complazco en su compañía, semanas tras semanas.
Llego con potentes músicas, entre el estruendo de mis trompetas y de mis tambores,
No sólo ejecuto marchas para los vencedores consagrados,
también las ejecuto para los vencidos y las víctimas.
Muchas veces habréis oído decir lo hermoso que es obtener
las ventajas de cada jornada,
¡Yo os digo que también es hermoso sucumbir, que las batallas se pierden en la misma intención en que son ganadas!
Mi tambor redobla en loor a los muertos,
Para ellos mi trompeta avienta sus notas más retumbantes y gozosas.
¡Loor a los que cayeron!
¡Loor a aquellos cuyas guerreras naves se hundieron bajo las
olas!
¡Loor a cuantos se hundieron en los mares!
¡Loor a los generales vencidos en todas las batallas y a todos los seres muertos!
¡Loor a los innumerables héroes desconocidos, iguales a los
más famosos y sublimes héroes!
¿Quién va ahí? Hambriento, grosero, desnudo y místico,
¿Cómo es posible que extraiga fuerzas del buey que como?
¿Qué es un hombre, después de todo? ¿Qué soy? ¿Qué sois?
Cuanto refiero a mí mismo, quiero que vos también os le
atribuyáis,
Si no hubiera equivalencia entre vos y yo, sería inútil que
me leyérais.
Yo no lloriqueo como los que van lamentándose por el mundo,
Que el tiempo y la nada son sinónimos, que la tierra no es más que podredumbre.
Tropel gemebundo y rampante, raza de valetudinarios y de
ortodoxos que buscan la cuadratura del círculo:
Canto a mí, llevo mi sombrero según me place, dentro como
fuera.
¿Orar? ¿Para qué? ¿A quién? Mi cabeza no está hecha para
reverencias ni mi boca para zalemas.
Sé que soy un inmortal.
Sé que la órbita que describo no puede ser medida con el
compás de un carpintero.
Sé que no me desvaneceré como el círculo de fuego que un
niño traza en la noche con un tizón ardiente.
Sé que soy augusto,
No torturo mi espíritu para defenderlo ni para que me comprendan,
Sé que las leyes elementales jamás piden perdón,
(Después de todo no me juzgo más soberbio que el nivel en
que se asienta mi casa.)
Existo tal cual soy, eso me basta,
Si nadie lo sabe, eso tampoco amarga mi satisfacción,
Y si lo saben todos, igual es mi satisfacción.
Lo sabe un mundo — el más vasto de los mundos para mi — ,
que soy yo mismo.
Y llegaré a mis fines, hoy mismo, o dentro de diez mil años,
o después de diez millones de años.
Puedo aceptar ahora mi destino con corazón alegre, o esperar con igual alegría.
Granítico es el pedestal en que se apoya mi pie;
Yo me río de lo que llamáis disolución,
Conozco la amplitud del tiempo.
Soy el poeta del Cuerpo y el poeta del Alma,
Los placeres del Cielo me acompañan, me acompañan las torturas del Infierno:
He multiplicado en mí el injerto de los primeros,
Los segundos los traduzco en un idioma nuevo.
Soy el poeta de la mujer tanto como el poeta del hombre,
Digo que la grandeza de la mujer no es menor que la grandeza del hombre,
Digo que nada hay más grande que la madre de los hombres.
Canto el himno de la expansión y del orgullo.
Demasiado hemos implorado y bajado la frente.
Muestro que la grandeza no es sino desarrollo.
¿Habéis sobrepujado a los demás? ¿Sois Presidente?
Es una bagatela, cada cual debe ir más allá de eso, avanzar siempre.
Soy el que camina en la dulzura de los anocheceres.
Lanzo mis gritos a la tierra y al mar semienvueltos por la
noche.
¡Cíñete fuertemente a mí, noche de desnudos senos!
iCíñete fuertemente, noche magnética y, nutricia!
¡Noche de los vientos del Sur, noche de los grandes astros!
¡Noche silenciosa que me guiñas, noche estival, loca y desnuda!
¡Sonríe, tierra voluptuosa de frescos hálitos!
¡Tierra de árboles adormecidos y vaporosos!
¡Tierra de sol poniente, tierra de montañas cuyas cumbres
se pierden en la bruma!
¡Tierra de la cristalina lechosidad tenuemente azulada del
plenilunio!
iTierra de los rayos y de las sombras, que nievan las ondas
del río!
¡Tierra del gris límpido de las nubes, más brillante y claro
en homenaje a mi admiración!
¡Tierra curvada hasta perderse de vista, tierra fértil cubierta de pomaredas!
Sonríe, pues tu amante se aproxima.
Pródiga, me has brindado tu amor. ¡Por eso te ofrendo el
mío!
¡Oh Amor, indecible y apasionado!
¡Oye, oh mar! Igualmente me abandono a tí, adivino lo que
quieres decirme,
Desde la playa veo encorvados dedos que me llaman,
Paréceme que rehusas alejarte sin haberme acariciado.
Tenemos que hacer juntos un paseo; aguarda que me desvista;
Llévame pronto hasta perder de vista la tierra,
Méceme en tus muelles cojines, desvanéceme en el columpio
de tus ondas,
Salpícame de amoroso líquido, yo haré lo mismo contigo.
Mar de desplegadas olas,
Mar que respiras con un jadeo largo y convulsivo,
Mar de la sal de la vida y de las tumbas que ninguna pala
abre (y no obstante, siempre prontas),
Que ruges y te abalanzas en las tempestades, mar caprichoso
y adorable;
iYo soy consubstancial a tí, yo también soy de una sola faz
y tengo todas las fases!
Soy el poeta del bien, pero no rehuso ser también el poeta
del mal.
¿Qué pretende significar toda esa charlatanería acerca del
vicio y de la virtud?
El mal me impulsa, la reforma del mal me impulsa, pero yo
permanezco indiferente,
Mi actitud no es la de un censor ni la de un reprobador,
Yo riego las raíces de todo lo que crece.
Que se hayan conducido bien en el pasado, o que se conduzcan bien actualmente, nada tiene de asombroso:
El prodigio perpetuo consiste en que pueda haber un hombre bajo o un impío.
¡Desenvolvimiento infinito de las palabras en los tiempos!
La mía es una palabra moderna: la palabra ¡multitud!
Mi palabra supone una fe inextinguible, siempre veraz
Que se realice aquí o en el porvenir, me es indiferente.
Me confío al Tiempo sin temor.
Él sólo es puro, perfecto, redondea y completa todo.
Sólo esta maravilla desconcertante y mística lo completa todo.
Acepto la Realidad, no la discuto,
Comienzo y termino impregnándome de materialismo.
¡Hurra la Ciencia positiva! ¡Viva la demostración exacta!
En su honor que traigan y entrelacen ramas de pino, de cedro y de floridas lilas:
He aquí el lexicógrafo, he aquí el químico, he aquí el lingüista, descifrador de antiguas inscripciones,
Estos marinos han guiado su nave a través de mares desconocidos, sembrados de escollos,
Este es el geólogo, aquél maneja el escalpelo, estotro es matemático.
¡Señores míos, científicos ilustres, los primeros honores os
corresponden!
Los hechos que citáis, los observaciones que traéis, son útiles; sin embargo, no son de mi dominio,
¡Mediante ellos no hago más que entrar en una parte de mi dominio!
Las palabras de mis poemas no evocan las propiedades reconocidas de las cosas.
Evocan la vida no catalogada, la libertad, la emancipación.
No se preocupan de los casos neutros y determinados, favorecen a los hombres y a las mujeres potentemente organizados.
Redoblan los tambores de la rebelión, se unen a los prófugos, a los que se confabulan y a los que conspiran.
Yo soy Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhattan,
Turbulento, carnívoro, sensual, que come, que bebe, que procrea.
(No un sentimental, no uno de esos seres que se creen por
encima de los hombres y de las mujeres, o apartado de ellos.)
Yo no soy modesto ni inmodesto.
¡Destornillad las cerraduras de las puertas!
iDestornillad las puertas de sus encajes!
El que rechaza a un hombre cualquiera, me rechaza.
Todo lo que se hace o se dice concluye por rebotar contra mí.
A través de mí, como por un desfiladero, pasa la inspiración,
Pasan a través de mí la corriente y la aguja indicadora.
Yo trasmito la contraseña de las edades, enseño el Credo de
la Democracia:
iPongo por testigo al Cielo! Nada aceptaré que los demás
no puedan aceptar en las mismas condiciones.
Suben de mis profundidades múltiples voces milenariamente mudas.
Voces de interminables generaciones de prisioneros y de esclavos,
Voces de enfermos y de desesperados, de ladrones y de decrépitos.
Voces de los ciclos de preparación y de crecimiento,
De los hijos que unen a los astros del pecho de las madres
y de la savia de los padres.
Voces de los derechos hollados, de los corrompidos y de
los ineptos,
Voces de las encrucijadas, de las cárceles, de los manicomios, de los hospitales y de los cuarteles,
Voces de los imbéciles, de los despreciados, de los humildes.
Voces vagas como disueltas en invernales neblinas, voces de
los escarabajos, del oprobio y del crimen.
Suben de mis profundidades las voces prohibidas.
Las voces de los sexos y de las concupiscencias cuyo velo
entreabro.
Voces indecentes, bramidos primordiales, gritos locos que yo
clasifico y transfiguro.
Yo no pongo el dedo sobre mi boca.
Trato con la misma delicadeza las entrañas que la cabeza o
el corazón.
A mis ojos la cópula no es más grosera que la muerte.
Creo en la carne y en sus apetitos.
Ver, oir, tocar, son milagros; cada partícula de mi ser es un
tnilagro.
Tanto por fuera como por dentro soy divino,
Santifico lo que toco, y cuanto me toca.
El olor de mis axilas es más puro que la plegaria,
Mi cabeza es más que las iglesias, las biblias y los credos.
Cuando subo la escalinata de mi puerta suelo detenerme para preguntarme si eso es cierto,
Una campanilla que azulea en mi ventana me satisface más
que toda la metafísica de los libros.
¡Contemplar el amanecer!
La tenue, tenuísima claridad desvanece las sombras inmensas y diáfanas,
El sabor del aire place a mi paladar.
Deslumbrador, formidable, el surgimiento del sol me mataría súbitamente
Si ahora, y en todo momento, yo no pudiera proyectar fuera de mí un sol levante.
También nosotros somos deslumbradores y formidables como el sol,
Hemos hallado lo que necesitábamos, ¡oh alma mía! en la
calma y en la frescura del alba.
Escucho el canto de la mágica "soprano". (¿Qué es mi obra
comparada con la suya?)
La orquesta me arrebata más allá de la órbita de Urano,
Suscita en mí locos ardores cuya existencia ignoraba,
Me hacen volar sobre el mar cuyas ondas indolentes rozan
mis pies,
Una granizada aguda y furiosa me asaetea, pierdo la respiración,
Me siento sumergido en un baño de morfina que sabe a miel,
mi tráquea se estrangula mortalmente,
Al fin, me siento libertado para sentir el enigma de los
enigmas,
Y le que llamamos ser.
Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada
de las estrellas,
Que la hormiga es tan perfecta como ellas, y un grano de
arena, y el huevo del reyezuelo,
Y el renacuajo es una obra maestra comparable a las más
grandes,
Y la zarza trepadora podría ornar el salón de los cielos,
Y la coyuntura más ínfima de mi mano desafía toda la mecánica,
Y la vaca que rumia con la cabeza gacha sobrepuja cualquiera estatua,
Y un ratón es un milagro capaz de conmover sextillones de
incrédulos.
Podría ir a vivir con los animales, tanto me place su calma y
su indolencia;
Permanezco horas enteras contemplándolos.
No se amargan ni se lamentan por su destino,
No permanecen despiertos en las tinieblas llorando sus pecados,
No se descorazonan con disputas acerca de sus deberes para con Dios,
Ninguno se muestra descontento, la manía de poseer no los
enloquece,
Ninguno se arrodilla ante otro ni ante alguno de sus congéneres muerto hace millares de años,
Ninguno de ellos vive con respetabilidad, ninguno exhibe su
infortunio a la curiosidad del mundo.
Así me prueban su parentesco conmigo, y como tal los acepto,
Me traen testimonios de lo que soy, me demuestran claramente que poseen los más altos valores.
Al anochecer, subo al trinquete, renuevo la guardia que vela
en el nido del cuervo.
Navegamos por el Mar Ártico, hay luz suficiente para orientarnos,
A través de la atmósfera traslúcida mi vista abarca la prodigiosa belleza que me rodea,
Pasan ante mis ojos enormes moles de hielo, el paisaje es visible en todas direcciones.
En la lejanía se destacan las cumbres blanquísimas de las montañas; hacia ellas peregrinan los caprichos de mi imaginación,
Nos acercamos a un gran campo de batalla en el cual pronto tendremos que combatir,
Pasamos ante las colosales vanguardias del ejército, pasamos
prudentemente en silencio;
O bien, avanzamos por las avenidas de una gran ciudad en
ruinas,
Los bloques de piedra y los derruídos monumentos sobrepujan
todas las capitales vivientes de la tierra.
Soy un libre enamorado, acampo junto a la hoguera que alegra el vivac del conquistador,
Arrojo del lecho al marido y ocupo su puesto al lado de la
esposa.
Toda la noche la oprimo ardientemente entre mis muslos y
mis labios.
Comprendo el vasto corazón de los héroes,
El coraje moderno y los corajes pretéritos.
El desdén y la calma de los mártires,
La madre de antaño condenada por bruja y quemada sobre
haces de leña seca, a la vista de sus hijos,
El esclavo, perseguido como una presa, que cae en mitad de
su fuga, todo tembloroso y sudando sangre,
Las municiones asesinas que le asaetean como agujas las
piernas y el cuello.
Todo eso lo siento y lo sufro como él.
Cambio de agonías como de vestimentas.
No pregunto al herido qué es lo que siente, yo mismo me
convierto en el herido.
Sus llagas se ponen lívidas en mi cuerpo, mientras lo observo apoyado en mi bastón.
Soy el bombero con el pecho hundido bajo los escombros.
Los muros al derrumbarse me han cubierto por completo,
Respiro humo y fuego, oigo los angustiosos rugidos de mis
camaradas.
Oigo el chocar lejano de sus picas y de sus palas,
Ya llegan hasta mi encierro, y me levantan suavemente.
Estoy extendido en el suelo con mi camisa roja, todos callan
a mi alrededor,
No sufro ni me desespero a pesar de mi agotamiento,
Bellas y blancas son las personas que me rodean, con sus cabezas libres del casco,
El grupo arrodillado se desvanece con la luz de las antorchas.
Ahora narraré el asesinato de cuatrocientos doce jóvenes guerreros asesinados alevosamente.
Copados por fuerzas enemigas nuove veces mayores que las
suyas, formaron un cuadrado, emparapetándose detrás de sus bagajes;
Ya habían muerto a más de novecientos enemigos.
Cuando cayó su coronel y quedaron sin municiones;
Entonces parlamentaron, obteniendo una capitulación digna,
firmada por los jefes respectivos.
En seguida entregaron sus armas y siguieron a sus vencedores como prisioneros de guerra.
Eran la flor de la raza, la gloria de los montaraces de Texas,
Eran incomparables para cabalgar potros, para lizar, cantar,
divertirse, cortejar las jóvenes.
Bellos, turbulentos, amables, generosos, altivos.
Barbudos, asoleados, vestidos con el típico traje de los cazadores.
Ninguno de ellos tenía más de treinta años.
En la mañana del segundo domingo, a principios de un admirable verano, fueron conducidos por destacamentos y asesinados en masa.
Ninguno obedeció a la orden de ponerse de rodillas,
Unos hicieron un esfuerzo desesperado y furioso, otros se
mantuvieron firmes, inmóviles;
Algunos cayeron a la primera descarga, heridos en las sienes
o en el corazón; vivos y muertos yacían juntos,
Los mutilados se escondían en el barro y los compañeros que
iban llegando los percibían extendidos allí,
Unos pocos medio muertos trataban de huir rampando,
Estos fueron ultimados a bayoneta limpia o a culatazos;
Un valiente que no tenía diez y siete años cogió a su asesino y tuvieron que acudir dos más para arrancarlo de sus manos.
Los tres quedaron con sus ropas en girones, empapados con
la sangre del niño.
A las once comenzaron a quemar los cuerpos:
Tal era la historia del asesinato de cuatrocientos doce jóvenes.
¿Quién es ese salvaje desbordante y cordial?
¿Es de los que están a la espera de la civilización, o habíéndola sobrepujado la dominan?
¿Es nativo del Sudoeste, es uno de aquellos cuya infancia
transcurriera al aire libre? ¿Es un canadiense?
¿Viene de la región del Misisipí? ¿Del Yowa, del Oregón o de la California?
¿De las montañas, de las praderas, de los bosques?
¿Es un marino que ha recorrido los mares?
Vaya donde vaya, hombres y mujeres lo acogen con simpatía.
Desean que los ame, los toque, les hable, y viva con ellos.
Su conducta es tan arbitraria como la de los copos de nieve,
sus palabras tan sencillas como las hierbas, su cabellera, sin peinar, rey de la risa y de la sinceridad,
Su lento andar, sus rasgos ordinarios, sus maneras ordinarias lo propio que sus emanaciones,
Estas emergen del extremo de sus dedos en formas nuevas,
Flotan en el aire que le rodea, con el olor de su cuerpo y
de su aliento, y también irradian de sus miradas.
¿Queréis que os describa un combate naval de los pasados
tiempos?
¿Queréis saber quién quedó victorioso a la luz de la luna y
de las estrellas?
Oíd la historia tal como me fuera narrada por el padre de
mi abuela.
No eran cobardes, no, los tripulantes de la fragata enemiga (me decía)
Su obstinado y aguerrido coraje era el de los ingleses
(No existe coraje más rudo ni más firme, nunca ha existido
ni existirá coraje mayor);
Era el anochecer cuando el buque enemigo nos saludó con
el primer cañonazo.
Nos abordamos enseguida, las vergas de los buques se entrecruzaron, los cañones llegaron a tocarse.
Mi capitán tomó parte en la lucha como el más audaz de
sus subalternos.
Los cañonazos del enemigo nos abrieron varias vías por debajo de la línea de flotación,
Dos cañones del primer puente de nuestra fragata estallaron
al romper el fuego, matando a los que se hallaban a su alrededor
Así continuó el combate durante el crepúsculo y luego en
las tinieblas,
A las diez de la noche, bajo el plenilunio, nuestras vías de
agua iban en aumento (ya teníamos más de cinco pies),
El capitán de armas hizo subir a los prisioneros encerrado
en la cala de popa, para que se salvaran según pudieran.
Ahora los que circulan por los pasadizos, cerca de la Santa
Bárbara, son detenidos por los centinelas;
Estos, al ver tantas caras extrañas, ya no saben de quién
fiarse.
Nuestra fragata arde por varios sitios,
El enemigo nos grita: ¿Os entregáis?
¿Arriáis la bandera?
Suelto la risa al oir la voz de mi capitán que contesta a toda
voz: ¡No! ¡No la arriamos!
¡Ahora comenzaremos nosotros!
No nos quedan más que tres cañones:
Con uno, nuestro capitán apunta al palo mayor de la fragata
enemiga,
Los otros dos, cargados de metralla, barren los puentes, y
hacen callar su mosquetería.
Desde las cofas, algunos tiradores secundan el fuego de nuestra pequeña batería,
Su tiroteo continúa durante toda la acción.
Ni un instante de tregua:
Las vías de agua vencen las bombas, el incendio avanza hacia los polvorines,
Un cañonazo hace estallar una de nuestras bombas de agua;
Todos creen que nos hundimos.
El pequeño capitán conserva su serenidad,
No se apresura, su voz es la misma de siempre,
Sus ojos nos vierten más luz que las linternas de combate.
Hacia las dos de la noche, bajo los rayos d€ la luna, se nos
rindieron.
La media noche se extiende inmensa y silenciosa.
Dos grandes cascos yacen inmóviles en las tinieblas.
Nuestra fragata se hunde lentamente, hacemos los preparativos por pasar a la que hemos conquistado,
En el extremo de la popa el capitán imparte sus órdenes
friamente, con el rostro blanco como un sudario,
Junto a él yace el cadáver de un niño de nuestra tripulación,
Y la cara muerta de un viejo lobo de mar con sus largos
cabellos blancos y las guías de sus bigotes cuidadosamente rizadas.
Las llamas se asoman por todos lados,
Se oyen las voces de dos o tres oficiales, atentos a su consigna,
Se ven montones de cadáveres y cuerpos, aislados pedazos
de carne y miembros esparcidos,
Cordajes rotos, aparejos que se balancean, y el ligero entrechocar de suaves ondas.
Los cañones, negros e impasibles, restos de paquetes de pólvora, un tremendo olor a carne quemada y a pólvora.
Algunas grandes estrellas que brillan en la altura silenciosas y como enlutadas,
La brisa que lleva en suaves hálitos, el relente que sabe a los
juncos marinos y a los prados que bordean la ribera, los supremos
mensajes confiados a los sobrevivientes,
El rechinamiento de la sierra del cirujano, los dientes de acero que hienden los tejidos vivos y los huesos:
Respiraciones silbantes, cloqueos agónicos, charcos sanguinolentos, la sangre que fluye a chorros, gritos instantáneos y locos,
largos y melancólicos gemidos:
Todo eso se ve y se oye: todo eso es un combate naval, todo
lo irreparable.
Sol insolente y glorioso, no tengo necesidad de tu calor,
Suspende tu trayectoria.
Tú sólo iluminas las superficies, yo ilumino las superficies y
las profundidades,
¡Tierra! parece que buscas algo entre mis manos.
Dime, vieja coqueta: ¿qué quieres de mí?
Detrás de esa puerta alguien agoniza.
Yo entro en su habitación, tiro los cobertores al pie del le
cho, expulso al médico y al sacerdote.
Cejo entre mis brazos al moribundo, lo incorporo con irresistible voluntad.
¡Desesperado — le digo, — he aquí mi cuello,
Dios me es testigo de que no quiero que muráis!
¡Suspendeos de mí, con todo vuestro peso!
Os dilato con un soplo formidable,
Lleno toda la habitación de fuerzas guerreras.
Fuerzas de cuantos me aman y resisten las atracciones de la
tumba.
¡Dormid! ¡yo y mis amigos os velaremos hasta el alba!
No temáis, la muerte no se atreverá a rozaros con sus alas
Os he cogido entre mis brazos, sois mío;
Cuando despertéis mañana, comprobaréis la verdad de lo que
os digo. ¡ Dormid !
iMirad! no os ofrezco sermones ni pequeñas claridades
Me doy yo mismo cuando doy.
1.06 (12)
No pregunto quién sois, ni lo que hacéis o habéis hecho,
Nada podéis hacer, nada podéis ser, exceptuando lo que yo
encierre en vosotros.
Doy un beso familiar en la mejilla del esclavo que laborea
en las plantaciones de algodón y en la del obrero que limpia las
letrinas.
Juro en mi alma que jamás renegaré de ellos.
Busco las mujeres aptas para la maternidad.
Pláceme hacerles grandes y vivaces hijos.
(Siembro en ellas la substancia de futuras y arrogantísimas
Repúblicas).
He leído cuanto se ha escrito sobre el Universo,
Sé, por haberlo oído hasta saciarme, cuanto se ha dicho desde hace millares de años,
No es muy malo para lo que es... pero ¿es eso todo?
Vengo para magnificar y para realizar,
No me opongo a las revelaciones especiales,
Considero que una espiral de humo, o un vello del dorso de
mi mano es tan admirable como cualquiera revelación,
Los bomberos, enfocando las bombas o subiendo por sus escalas, no me parecen inferiores a los dioses guerreros de la antigüedad,
El estercolero, las inmundicias, me resultan más prodigiosas
que todo lo que se sueña,
Lo sobrenatural no lo es más que de nombre;
Yo mismo espero la hora en que seré uno de los seres supremos,
Día vendrá en que yo haré tanto bien como los más grandes,
en que los igualaré en maravilla,
¡Vedme! Desde ya me convierto en un creador,
Desde ya integro el seno misterioso de la sombra.
Estos innumerables y buenos hombrecillos que trotan a mi
alrededor, metidos en sus cuellos y en sus trajes coludos
Sé muy bien quiénes son (no son gusanos ni pulgas),
Reconozco en ellos a mis iguales, el más débil y vacío es
tan inmortal como yo,
Lo que hago y digo les atañe igualmente,
Cada idea que relampaguea en mí, relampaguea igualmente
en ellos.
Sé perfectamente hasta dónde llega mi egolatría.
Sé lo omnívoros que son mis versos, no dejo por ello de escribirlos;
¡Quienquiera que seáis, mi anhelo sería elevaros a mi propio
nivel!
Yo no he hecho mi poema con las palabras de la rutina,
Lo he hecho como una brusca interrogación, abalanzándome
más allá de las cuestiones, a fin de ponerlas al alcance de todos;
He aquí un libro impreso y encuadernado; pero ¿y el tipógrafo? ¿y el aprendiz de la imprenta?
He aquí fotografías admirables; pero ¿y vuestra mujer o
vuestro amigo, opreso entre vuestros brazos?
He aquí una gran nave, acorazada de hierro, con sus potentes cañones sobre sus torrecillas; pero ¿y el coraje del capitán
y de los mecánicos?
He aquí las casas con las mesas puestas de sus comedores en
la hora de la comida; pero y ¿el señor y la señora de la casa, y
las miradas que irradian sus ojos?
He aquí el cielo; pero ¿y lo que hay debajo de él, en esta
puerta, en la de enfrente y al extremo de la calle?
La historia está llena de santos y de sabios; mas ¿y vosotros?
Está llena de sermones, de credos, de teologías; mas ¿y el
insondable cerebro humano?
Y finalmente, ¿qué es la razón? ¿qué es el amor? ¿qué es
la vida?
Sacerdotes de todos los tiempos, de toda la tierra, yo no os
desprecio.
Mi fe es la más vasta y tenue de las fes — es como la cauda
de un cometa, — abarca todos los sistemas y las inmensidades zodiacales.
Abarca los credos antiguos y los cultos modernos y todos los
que fueron entre los antiguos y los modernos.
Creo que volveré sobre el haz de la tierra después de pasados
cinco mil años.
Espero las respuestas de los oráculos, honro a los dioses, saludo al sol,
Convierto en fetiche la primera roca o el primer tronco que
encuentro a mi paso, realizo encantamientos con anillos mágicos;
Ayudo al lama o al bracmán a preparar los lampadarios de
sus altares,
Me incorporo a las procesiones fálicas, o gimnosofistas, trenzando bailes litúrgicos a lo largo de los caminos,
Vivo en la austeridad y en el éxtasis, en medio de los bosques.
Bebo el hidromiel en copas craneanas, admiro los Shastas y
los Vedas, reverencio el Corán,
Me paseo en el teokallis manchado con la sangre de los sacrificios, redoblando un tambor hecho con una piel de serpiente;
Acepto los Evangelios, acepto al que fue crucificado, sé, sin
duda alguna, que es divino,
Me arrodillo durante la misa, o me levanto para acompañar en la oración a los puritanos, o permanezco frecuentemente
sentado en un banco de la Iglesia,
Deliro y espumarajeo en un acceso de demencia, o espero como muerto a que mi espíritu despierte,
Paseo mis miradas sobre las losas y por el paisaje, o más
allá de las losas y del paisaje,
Soy uno de los que avanzan por el círculo de los círculos.
Ha llegado la hora de que me explique. ¡Levantémonos!
Dejo de lado todo lo conocido,
iAdelante! ¡Hacia lo desconocido! ¡Os proyecto a todos, hombres y mujeres, como piedras de la honda de mi propio yo!
¿El reloj marca la hora? mas ¿qué es lo que marca la Eternidad?
Hasta ahora hemos agotado trillones de inviernos y de veranos,
Aun nos quedan trillones por agotar, y después de esos, trillones y trillones más.
Los germinales nos han traído riquezas y diversidades,
Otros nacimientos nos traerán nuevas riquezas y diversidades
nuevas.
Yo no llamo grande a ésto ni pequeño a estotro.
Lo que llena su período y ocupa su lugar es igual a cualquier otra cosa.
Soy una cumbre de cosas realizadas y soy el receptáculo do
todo lo que será.
A medida que me elevo, los fantasmas se indinan detrás de mí,
Lejos, muy lejos, en lo más profundo, percibo el enorme vacío
primordial, sé que he pasado por él,
Sé que he esperado, permanente e invisible, adormecido en
litúrgicas brumas,
He dado tiempo al tiempo, sin que me dañara el fétido carbono,
Infinidades de infinidades he permanecido latente, estrechamente comprimido, esperando.
Inmensos han sido los preparativos de mi desarrollo,
Fieles y amigos han sido los brazos que me han sostenido.
Ciclos de edades han columpiado mi cuna, remando, remando
siempre como gozosos bateleros;
Las estrellas se han abierto a mi paso, en sus órbitas procesionales.
Han perseverado en alumbrarme, velando las latencias de mi
porvenir.
Ya existía, antes de nacer en molde humano,
Para que mi embrión se trocara en ser consciente,
La nebulosa se había cuajado en un orbe:
Los estratos geológicos se apilaron unos sobre otros.
Las generaciones de vegetales, clorofiliaron la atmósfera,
¡Y los saurios monstruosos lo transportaron en sus fauces,
depositándolo delicadamente!
Todas las fuerzas han actuado continuamente para mi perfección y mi encanto,
Y ahora estoy aquí, con mi alma potente.
Mi sol tiene su sol, a cuyo alrededor gira dócilmente.
Gira con sus camaradas en un círculo superior,
Y mayores sistemas giran alrededor de astros más grandes que
contienen pequeñas manchas;
Y no hay reposo, no lo habrá jamás:
Si yo, vosotros y los mundos y cuanto existe dentro y sobre
ellos quedáramos reducidos a una pálida y flotante neblina, eso
no tendría importancia a la larga.
Volveríamos seguramente al estado actual,
¡Iríamos seguramente a las lejanías donde vamos, y después
más lejos, siempre más lejos!
Sé que soy superior al tiempo y al espacio, sé que nunca he
sido medido, que no lo seré jamás.
Soy el vagabundo de un eterno viaje (¡venid a escucharme
todos!)
Me reconoceréis en mi blusa impermeable, en mis recias botas y en mi bastón, cortado en los bosques.
Ninguno de mis amigos se arrellena en mi sillón,
No tengo sillón, ni iglesia, ni filosofía,
No llevo a nadie al hotel, a la biblioteca ni a la Bolsa,
Conduzco a todos, hombres y mujeres, a la cumbre de un
montículo.
Allí, enlazando con la mano izquierda el talle de mi acompañante.
Le muestro, con la diestra, paisajes, continentes, y la ruta
abierta para todos.
Hoy, antes del amanecer, subí a una colina y contemplé el
estrellado cielo,
Y dije a mi espíritu: Cuando hayamos abarcado todos los
orbes y saboreado el placer y la ciencia de todas las cosas que
contienen, ¿nos sentiremos colmados y satisfechos?
Y mi espíritu contestó: No, habremos alcanzado esas alturas para sobrepujarlas y continuar nuestra marcha.
Oigo bien los problemas que me planteáis ahora.
En verdad os digo que no puedo contestaros; vosotros mismos debéis encontrar y daros la respuesta.
Soy el maestro de los atletas.
Aquel que, por mi enseñanza, muestra un pecho más ancho
que el mío, prueba la amplitud de mi pecho,
Honra más mi estilo el que estudiándolo aprende a destruir
al profesor.
Enseño a los demás a apartarse de mí, y sin embargo, ¿quién
podría apartarse de mí?
En adelante, quienquiera que seáis, seguiré vuestros pasos,
Mis palabras clavarán sus aguijones en vuestras orejas, hasta
que las comprendáis.
Ninguna sala de herméticas ventanas, ninguna escuela, como
no sea al aire libre, pueden comulgar conmigo,
Más fácilmente que ellos lo consiguen los vagabundos y los
niños.
El obrero joven es el más íntimo de mis íntimos, el que mejor me conoce.
El leñador que lleva su hacha y su cántaro también me llevará con él,
El mancebo que trabaja en los campos siente una sensación de
bienestar al arrullo de mi voz,
Mis palabras zarpan con los vapores, nostálgicas de todos los
mares.
Amo pasar los días con los pescadores y los lobos de mar.
Digo que el alma no es más que el cuerpo,
Digo que el cuerpo no es más que el alma.
Nada, ni el mismo Dios, es más grande para cada cual que
su propio ser.
Digo que quienquiera que anda doscientos metros sin simpatía, marcha envuelto en un sudario a sus propios funerales,
Y yo, vosotros, sin tener un céntimo en el bolsillo podemos
adquirir lo más precioso de la tierra,
Y mirar con los ojos u observar una habichuela en su vaina,
confunde la ciencia de todos los tiempos,
Digo que no existe oficio ni empleo en cuyo desempeño el
que se obstina no pueda convertirse en un héroe,
Ni objeto, por vil o endeble que parezca, que no pueda trocarse en eje de la rueda universal;
Y digo, a cualquier hombre, a cualquier mujer: "¡Que vuestra alma conserve su serenidad, el dominio de sí misma ante un
millón de universos!"
Y digo a la humanidad: "No seáis curiosos respecto de Dios.
Yo, que tengo tantas curiosidades, no tengo ninguna acerca
de El."
(Ningún lujo verbal podría expresar mi tranquilidad en lo
que atañe a Dios y a la muerte).
Oigo y veo a Dios en cada objeto.
No obstante, confieso mi infinita incomprensión de Dios.
Y lo que comprendo menos todavía, es qué es lo que podría
ser más prodigioso que yo mismo.
¿Por qué he de tener deseos de ver a Dios mejor de lo que
actualmente lo veo?
Veo algo de Dios en cada una de las veinticuatro horas, y
también en cada minuto,
Veo a Dios en el rostro de los hombres y en el de las mujeres, y en los espejos cuando reflejan mi faz.
En las calles y en los campos, por todos lados, encuentro cartas que Dios ha dejado caer.
Cartas firmadas con su nombre y su rúbrica, que dejo donde
las hallo, porque sea cual fuere el rumbo de mis pasos, sé que
otras y otras llegarán puntualmente hasta mí, por los tiempos
de mis tiempos.
Cuanto a ti, ¡oh Muerte! y tú, amargo abrazo de la cambiante materia, es inútil que tratéis de alarmarme.
¡Oh Vida! no ignoro que eres el residuo de incalculables
muertos.
(Yo mismo, antes de nacer esta vez, seguramente ya había
muerto más de diez mil veces).
¿Qué murmuráis en las lejanías? ¡Oh estrellas de los cielos! ¡Oh soles! iOh hierbas de las fosas! ¡Oh perpetuas transferencias y desarrollos!
Si vosotros calláis, ¿cómo podría yo decir algo?
Vosotros los que me escucháis, ¿tenéis algo que decirme?
Miradme a la cara en tanto aspiro la fluida caricia del anochecer.
(Habladme sinceramente, nadie nos escucha, ño puedo esperar
más que un minuto).
¿Estoy en contradicción conmigo mismo?
De acuerdo, es verdad que me contradigo.
(Soy vasto, contengo multitudes).
El gavilán desciende como un dardo hasta rozar mis guedejas; me acusa de facundia y de pereza.
Yo soy tan montaraz como él, y tan inexplicable;
Hago repercutir mis salvajes ladridos por encima de los tejados del mundo.
Los últimos resplandores del día se ofrecen a mis ojos,
Proyectan mi imagen tras de las otras— tan verdadera como la
que más— en el desierto invadido por la sombra,
Me empujan mimosamente hacia la bruma y el crepúsculo.
Me alejo como el aire, sacudo mi cabellera blanca hacia el sol
poniente.
Arrojo mi carne a los remolinos, la dejo aventarse en espumosas fibras.
Me doy al barro para renacer en las hierbas que amo,
Si en adelante queréis volverme a ver, buscadme bajo las suelas de vuestros zapatos.
Nunca sabréis lo que soy ni lo que significo.
Sin embargo, para vosotros yo seré la salud,
Purificaré y fortificaré vuestra sangre.
Si no podéis alcanzarme en seguida, no os descorazonéis:
Si no me halláis en un punto, buscadme en otro,
¡Yo estoy en algún lado, esperándoos!
Walt Whitman
Poemas.
Traducción Armando Vasseur
Publicado en 1912, Montevideo: Claudio García y Cía Editores
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
Chapters
Del canto de mí mismo | 1:33:55 | Read by Alba |