La navidad de la pastora
Amado Nervo
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¿Conocéis sin duda el Angelus de Rosa Bonheur, esa viril pintora que quiso dejar en un cuadro, en uno solo acaso, algo de femenino y dulcemente melancólico?
El aldeano está de pie junto al barbecho, con el rústico sombrero entre las manos; no lejos, yace inmóvil y obscuro el arado; las lejanías tórnanse indecisas, se inundan de vaguedad; avanza la sombra artera del Oriente, de donde antes venía la luz, pero aún hay algunos arreboles en las nubes delgadas, aún las tiñe un poco de oro, haciendo que semejen brillantes y escardadas plumas de un ave ideal...
Y flota sobre todas las cosas una melancolía indefinible, una melancolía divina, una melancolía consoladora.
Dijérase que la amplia y grave y religiosa vibración del Ángelus ha divinizado el crepúsculo, lo ha hecho inmaterial y místico; dijérase que la tristeza que siempre viene a la naturaleza y al espíritu cuando el día agoniza, es entonces una tristeza santa.
Llegó la hora en que, como dice el poeta:
el mar salmodia sus perennes quejas
batiendo las riberas rumorosas,
y el hombre piensa en afecciones viejas,
en seres idos y en pasadas cosas...
*
Pues bien, algo de la solemne melancolía de ese crepúsculo tiene este otro que inicia la Navidad de una pastora.
Cuando la pequeña cabrera vio hundirse en el ocaso al sol como un alud de llamas, deslumbrada por la postrera pompa de colores que invadía el horizonte, quedóse mucho tiempo absorta: primero, ante los oros pálidos que franjeaban las nubes; luego, ante los rojos vivos que se tendían como banderas sangrientas por el cielo; después, ante los lilas mate, ante los lilas próceres, ante los divinos lilas que cambiaban de matices como una tela de gros y se desvanecían en el gris de los vapores vespertinos.
Y aquel espectáculo le produjo el éxtasis.
Mas la campana mayor de la parroquia volcó de pronto el grave y augusto tesoro de sus toques: din don, din don, y un estremecimiento de angustia la conmovió toda...
Din don, din don... ¡Dios mío, qué inmensa querella de vibraciones y cómo saturaban el espacio de tristeza!... Y ella estaba sola y tenía frío, mucho frío...
¿A qué volver a la alquería si nadie le amaba allí, si nadie quería cederle un rinconcito junto al fogón?
El mastín belfudo y enorme gruñía a su vista; la tía Juana sólo tenía para ella frases duras; arrojábanle de mal modo un tasajo de cecina mal asada... y para dormir sólo poseía el viejo jergón de crines que nadie se atrevía a usar ya.
¡Como era huérfana!
Si al menos Gabriel, aquel cabrero radiante que hacía las delicias de las mozas, el primero en la juerga y el chicoleo, mas el primero también en el trabajo, aquel mocetón de cabellos pajizos y de ojos aceitunados, la amara aún...
Pero la dejó por otra, por otra que poseía una vaca y un huerto.
La dejó por otra, porque ella era pobre y era triste.
*
Din don, din don.
Y el aire iba haciéndose más frío, tenía ráfagas que azotaban como correhuelas, y la sombra invadía la altura.
Los corderinos se agrupaban, temblorosos, bajo su toisón de nieve, y clavaban en la pastora sus ojos inmensos y dulces, como si la interrogasen:
—¿Qué, no tornaremos a la majada? Aquí hace mucho frío.
Y ella parecía responderles:
—Frío; ¿y qué me importa el frío de fuera cuando aquí dentro está helando?
—i Vaya!, medrosicos, ¿no me visteis acaso muchas noches cantar a las estrellas de Diciembre? Entonces también hacía frío, pero si vierais qué calorcito tan bello llevaba yo en el corazón...
Din don, din don.
Esta noche nace Jesús en un establo.
Vésper descrencha ya sus cabellos de oro en el espacio, Arthuro cuaja sus luces cambiantes, Cirio enciende sus fuegos de bengala.
Llega de la aldea el murmullo alegre de los pastores y en la sierra se retuerce llameante la cinta roja de los vivacs... También los carboneros celebran la Navidad.
Din don, din don.
—Ea, pastorcilla, hoy habrá cariño para todos; ¿qué, no ves que el Angelus va cantando: «Paz a los hombres de buena voluntad»?
Hoy se olvidan los odios, las manos se tienden, las bocas se buscan, los pechos quieren latir juntos...
Vamos, no llores ya; en la granja hay estruendo de panderetas y bordoneo de guitarras...
—Sí, pero Gabriel sonreirá con la otra, con la otra que es alegre y rica, en tanto que yo soy triste y pobre; el mastín belfudo y enorme gruñirá y, como en otras noches, para mí no habrá sitio junto al fogón.
Din don, din don; y todas las campanas, tras el solemne motete del Ángelus, rompen en un alegro vivace de metálicas resonancias.
¡Aleluya! ¡Aleluya! parece que claman...
El último rayito de sol se ha enhebrado entre las nubes delgadas, como la postrer sonrisa del cielo...
¿Por qué hay un corazón triste en la vega infinita?
¡Navidad, no seas cruel!
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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La navidad de la pastora | 10:19 | Read by Alba |