La prisión a la orilla del mar
Gelesen von Alba
Amado Nervo
A Antonio De Zayas
En San Sebastián hay una cárcel a la orilla del mar.
En otros muchos puertos he visto grandes prisiones a la orilla del mar.
Parece como que una prisión a la orilla del mar debiera ser la mejor de las prisiones. Pero, bien considerado, es la más cruel.
Imaginaos una torre sobre una roca, a la orilla del mar. En esa torre hay un prisionero, como los que vemos en ciertas decoraciones de ópera romántica. Sólo que aquí no es tenor ni canta con acompañamiento de orquesta.
... A menos que forme la orquesta el perenne rumorar de las olas, que al romper en la roca fingen el ruido de un gran manto de seda que se desgarra.
En el calabozo de este hombre hay una ventana, sólidamente enrejada, desde la cual se ve el océano.
El prisionero ¿qué otra cosa ha de hacer sino mirar?
Mira, pues, mira siempre, mira sin hartarse, aquella cambiante movilidad de las olas, a quienes las varias luces del día visten mejor que están vestidas las emperatrices.
Mira sin cesar el prisionero; y a fuerza de mirar y remirar, en sus ojos hay algo del océano. El color de sus pupilas es el color mismo del mar.
En esas pupilas siempre abiertas se copia el eterno paisaje.
Si un alma piadosa se asomase a esas pupilas, vería en ellas vuelos de gaviotas y desfiles de naves; espuma de olas, abajo; espuma de nubes, arriba.
¿Concebís vosotros ahora la angustia de este prisionero?
Nada hay que evoque más imperiosamente la idea de la libertad que el mar.
¡El mar es libre! ¡El mar es de todos! He aquí la conclusión a que el mismo derecho internacional público llegó después de aquella ruda lucha entre los juristas holandeses y los ingleses, que en su orgullo querían enseñorearse de las olas.
¡El mar es libre! ¡El mar es nuestro! ¡Es de todos nosotros!
El prisionero que desde una ventana de su celda contempla un paisaje terrestre no puede sentir estas angustias de libertad que muerden las entrañas del otro.
*
Lo que mira: los muros de las casas vecinas, los predios limitados, las tierras de labranza divididas, las montañas que cierran el horizonte, todo ello le circunscribe el pensamiento, le sugiere ideas de frontera, de confín, de restricción de derechos ajenos.
Mas el preso que desde la ventanilla de la torre ve el mar, y encima el espacio, tiene que sentir el vértigo de la libertad y del infinito.
A sus pies se extiende ese gran camino que lleva a todas partes...
En el pedazo de cielo que abarcan sus ojos, lanzando gritos salvajes, revuelan las gaviotas: ¡Las gaviotas, cuyas poderosas alas nunca se fatigan de seguir a los barcos; las gaviotas, amigas de las tormentas; las gaviotas, otro símbolo de la libertad!
Más arriba, pasan, como fantasmas blancos o grises, las nubes libres, las nubes que nunca se detienen, las incurables errantes; y abajo, sobre el moaré de las olas, se hinchan al viento las velas de lona.
¡También ellas se van!
Por la noche, los ojos insomnes distinguen entre las tinieblas una viva sucesión de puntos luminosos, intervalados de sombra; parecen un gran gusano de luz que camina...
Es un trasatlántico que se marcha.
Cada uno de esos puntos luminosos es un camarote, en el que leen, piensan, conversan o sueñan, seres que parten muy lejos, a grandes ciudades cuyos palacios se reflejan sobre el cristal de lejanas riberas, donde hay músicas, y fiestas, y mujeres que pasan...
Y cuando en la soledad del ponto no aparecen ni vapores, ni velas, ni gaviotas ni nubes, los dilatados ojos del prisionero verán la onda, la onda incansable que, impulsada por la distante influencia del sol y de la luna, va y viene de playa en playa, de roca en roca, siempre ágil, siempre sonora, siempre errante, y siempre libre.
Y pienso en estas cosas al ver la cárcel sombría y pesada, a la orilla del mar... ¡Y pienso también que mi alma es como ese prisionero que está encerrado en una torre, a la orilla del mar!
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.