Los esquifes
Gelesen von Alba
Amado Nervo
Mira—me dijo el Espíritu cuando hubimos trepado a la áspera roca desde la cual se dominaba el maravilloso paisaje—: ¿ves ese mar tan manso, sin un rizo, sin una onda, que lentejuelea dulcemente al fulgor de la luna? Es el verdadero Océano Pacífico, es el océano de la quietud interior, de esa quietud interior que ha tiempo vas buscando inútilmente por la tierra, de ese bien de tal manera inestimable, que el divino Galileo a cada instante lo regalaba en el Evangelio: «Recibid mi paz»; «la paz sea con vosotros»; «os doy mi paz»; «mi paz os dejo»...
¿Ves esos como esquifes, tan tenues que parecen hechos de ilusión? ¿Adviertes en ellos seres reposados, que se deslizan como aladamente por la superficie sin límites, a favor de las minúsculas velas cándidas, semejante a plumas de garza, que empuja insensiblemente un soplo misterioso? Pues son espíritus, son los espíritus que están en paz en este mundo.
A la luz de la luna, de esta intensa luna, verás los rostros que animan, y en ellos una misteriosa expresión de beatitud.
¡Con qué gracia resbalan esos barquichuelos ingrávidos sobre la seda moaré del océano! ¡Qué manso y nunca soñado reposo emana de ellos!...
—Y ¿cómo hacer, ¡oh espíritu!, para tener una de esas barcas de ensueño, para deslizarse con ella por el mar quieto, para estar en paz, ¡oh noble espíritu custodio! , para estar en paz?
—Escucha bien; esos esquifes son de tal manera frágiles, que sólo soportan almas desnudas de todo apego... ¡Ay de aquella alma que ose embarcar en ellos con el menor deseo, con la menor codicia, con el menor propósito de goce! El barquichuelo se hundirá en seguida y en el fondo del Océano el alma encontrará remolinos espantosos, que la atraerán como ventosas de monstruo y de los cuales muy difícilmente logrará escapar.
Bajo la apacibilidad de esa mar cuya palpitación blandísima apenas se advierte, como el resuello de una novia dormida, está el maelstrom de las ansias nunca saciadas, de los placeres tormentosos que jamás satisfacen, de los anhelos turbulentos que nos comen el alma...
Pero el que al embarcarse no lleva consigo ningún apego, aquel cuyo deseo se ha extinguido, es «como el loto que en el agua se copia, mas cuya corola no toca el agua...» Para eso no hay temor ninguno de zozobrar. Puede adormecerse amorosamente con el vaivén blando del esquife; puede soñar, puede cantar. Su alma es un ritmo más en el ritmo deleitoso del Océano. Para él solo hay bien. El Universo es como un gran regazo, la brisa impalpable como una gran lira, el cielo estrellado como un gran jardín. Su yo es como un lirio suave impregnado de perfumes celestes. El celaje y el rayo de luna le llaman «hermano». El Misterio le llama «hijo». La noche le dice «elegido»... ¡Oh! ¡Cuán rico es el que ya no tiene nada! ¡Oh! ¡Cuántas cosas mira el que ha sabido cerrar los ojos!
—¿Quieres embarcarte?—me preguntó el Espíritu—. Mira aquel esquife que, besado por la luna, parece de nácar. ¡Es para ti! Lo he reservado para ti... ¿Quieres embarcarte?
¡Oh amada mía! Para navegar por ese divino Océano de la paz era preciso dejarte a ti—a ti, amada mía—en la ribera; y moviendo melancólicamente la cabeza contesté al ángel:
—¡No puedo, de veras que no puedo!»
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.